lagrima viva de la
fresca aurora,
a quien la mustia flor la vida debe,
y el prado ansioso
entre el follaje embebe,
gotas de sol con
sus reflejos dorados,
oculto entre sus
rancios ropajes.
Yace el evangelio
pagano enmohecido…
hacinando sobre sus
fríos cadáveres…
los ecos efímeros
de una hoja y una flor,
flores donde
la alegría cayo,
y hojas donde aún habita la esperanza,
crepitando en el
tiempo y que certera mutila…..
el candor del
primer verdor,
nada en el mundo es
único,
todas las cosas por
ley divina,
se completan unas a
otras,
porque no debería
hacerlo lo mustio y lo verde,
mira los arboles
besan el alto cielo,
ninguna flor seria
hermosa si desdeñas a sus hermanos….
Y la luz del sol
ama la tierra,
por el exilio y la
tentación,
de sentir en su
alma la pasión de un albino amanecer,
fluyen los recuerdos que hacen del
corazón su tumba,
lamentos que se
deslizan sobre la penumbra,
susurrando la fría
y seca muerte,
ahora la hierba
crece y el vértigo circunda su tumba,
solo una lívida
infiel le llora,
como el manto de un
sol de primavera,
sobre la frente
pálida calan los bucles de su blonda cabellera,
tibia estación que
florece en pétalos y aromas,
que florece a los
ojos de Dios, yo te daré la luz…
la vida nueva, mas
dichas te daré que verdes hojas,
los árboles frondosos a los nidos,
y la tarde al ocaso,
nubes rojas,
se rasgara las
brumas del invierno
dando paso al verde
paraíso,
de un equinoccio de
primavera…
que eleva fecunda
la tierra yerma…
Alberto Plaza
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